Son miles los comentaristas y millones en Chile los que han expresado su opinión frente a la Proposición de Nueva Constitución para Chile, trabajo realizado por 155 Convencionalistas elegidos quienes elaboraron durante un año el documento que se ha rechazado por la ciudadanía el día de ayer.
El Gobierno de Chile liderado por el Ejecutivo, instaló errores y defendió errores insalvables en la "difusión comunicacional" de este documento rechazado. Arriesgó capital político y también su debilitado prestigio en un experimento con claros vicios de origen, basado solamente en la equivocada confianza de que un sector tenía el dominio y la potestad de la verdad, por ende que ese sector conocía con certera convicción las necesidades de la ciudadanía. Prueba de lo anterior, es la arrogante superioridad en la Escala de Valores y la negación a la Autocrítica aplicada en el trabajo gubernamental, denostando a todos los que no comparten esos mismos valores formativos y despreciando a quienes con buena intención manifiestan equívocos.
Es innegablemente histórico y relevante lo que ha ocurrido con esta manifestación popular. Sobre 13 millones de chilenos han ejercido el derecho cívico de opinar en la urna, circunstancia que nunca antes superó los 9 millones de sufragios. Favoreció el alza del escrutinio la georreferenciación (el acercamiento de los votantes desde sus domicilios a los locales de votación), la obligatoriedad (que siempre a nivel político es un arma de doble filo), y el precedente electoral (plebiscito de entrada, elección presidencial) que en esta ocasión impulsó a los votantes de mayor edad a participar con su voto y opinión.
Aproximadamente 8 millones de chilenos rechazaron la propuesta constitucional, lo que claramente no es atribución de ninguna tendencia política ni partido político. La lectura ciudadana corresponde exclusivamente a dos factores que se desgranan en una serie de señales. Un factor era el señalado previamente y se plasma en la frecuente prepotencia con superioridad frente a materias que implican la vida cotidiana de los habitantes del país. El segundo era el aborto de todo lo que oliera a derecha, o a lo establecido eliminando parte de los poderes del Estado y modificando con radicalidad aspectos fundamentales como la Salud y otros. Finalmente la lápida al Proyecto Constitucional estuvo en el obsesivo indigenismo, circunstancia que no es compatible en un país como el nuestro. En definitiva, lo sucedido es atribuible exclusivamente al Sentido Común.
La política en Chile cambió. La revolución tecnológica ha profundizado, ha educado, y ha informado con detalle todos los acontecimientos. Ha permitido y fundamentalmente ha medido a todos los personajes de la escena política. Por tanto, la gran mayoría en nuestro país conoce o sabe cuál es el valor de las instituciones políticas de nuestra nación. Está a la vista que un discurso, una entrevista, un suceso, promesas, mentiras, indefiniciones y tantas otras actitudes establecen una imagen y una opinión sobre cada persona. Todo lo anterior es un llamado a reflexionar y meditar que la lucidez en la ciudadanía está muchísimo más activa de la que: los extremos y radicales liderazgos, las cúpulas políticas, y los actores gubernamentales piensan. Esa es la gran tarea a futuro.
La invitación en nuestro país hoy es, a despojarnos del odio sectario, a entender que la nación tiene una historia que es de todos, a entender que las instituciones todas deben ser respetadas, que las reformas sin procesos serios generan violencia, que el progreso del país sólo se logra con inversión y trabajo, y que la voz ciudadana ha sido un grito a trabajar por la integración y reconocernos cada uno y todos como chilenos. Quizás ese es el camino de una verdadera Constitución para Chile.