Eldrick “Tiger” Woods el golfista más famoso del mundo, conocido como el causante de que esa actividad de elite haya aumentado ingresos y notoriedad, en la actualidad es a diario portada o comentario de páginas de los principales periódicos, revistas faranduleras y programas televisivos de análisis de vidas ajenas. El 27 de Noviembre pasado la imagen (no su talento) de este ícono del deporte mundial, sufrió una de esas caídas verticales de las que disfrutan todos los que acostumbran a manifestarse agradados, con las derrotas de todos aquellos que triunfan. Esto a raíz –según se ha “dicho”-, de una discusión matrimonial por supuestas infidelidades del deportista, que desencadenaron en una exposición mediática de la pareja, la cual los ha dejado en manos de comentarios y opiniones de la más variada naturaleza, siendo aquellas casi en su mayoría desfavorables.
Este hombre de 34 años y su juventud, no creo hayan medido y comprendido aún en su total dimensión: los efectos de sus decisiones permitidas por la acaudalada posesión de dinero; la exposición en la que se ha encontrado y se encuentra; los excesos que atraen y sus consecuencias; la calidad siempre dudable de los amigos que lo rodean cuando se es famoso; la imagen de éxito y “valores” que proyecta en el mundo del marketing; y el significado que sí sabe pero que desconoce en cuanto a la palabra familia y la responsabilidad que ello implica. Las víctimas de la fama, histórica y estadísticamente son notables en número y abismantes en fracasos, comparativamente de los que se sostienen adheridos a ella con un éxito prolongado en el tiempo. Es natural que el dinero nuble principios, desconozca valores, genere corrupción moral, olvide cuestione primordiales y sencillas, para convertir a sus víctimas en despojos humanos que más que proyectar su fama, producen actitudes y episodios lastimeros. En definitiva, la fama innegablemente seduce con su frivolidad, pero también tiene un costo demasiado alto.
Pero por mucho que se diga y desdiga, publique, comente y hasta se abuse y destrone la imagen de alguien, siempre existirá una oportunidad para revertir todo … entonces, la oportunidad para reparar, reconstruir, mejorar o continuar hundiéndose, siempre solo la tendrá quien decida el camino y el destino que quiere para sí.
Este hombre de 34 años y su juventud, no creo hayan medido y comprendido aún en su total dimensión: los efectos de sus decisiones permitidas por la acaudalada posesión de dinero; la exposición en la que se ha encontrado y se encuentra; los excesos que atraen y sus consecuencias; la calidad siempre dudable de los amigos que lo rodean cuando se es famoso; la imagen de éxito y “valores” que proyecta en el mundo del marketing; y el significado que sí sabe pero que desconoce en cuanto a la palabra familia y la responsabilidad que ello implica. Las víctimas de la fama, histórica y estadísticamente son notables en número y abismantes en fracasos, comparativamente de los que se sostienen adheridos a ella con un éxito prolongado en el tiempo. Es natural que el dinero nuble principios, desconozca valores, genere corrupción moral, olvide cuestione primordiales y sencillas, para convertir a sus víctimas en despojos humanos que más que proyectar su fama, producen actitudes y episodios lastimeros. En definitiva, la fama innegablemente seduce con su frivolidad, pero también tiene un costo demasiado alto.
Pero por mucho que se diga y desdiga, publique, comente y hasta se abuse y destrone la imagen de alguien, siempre existirá una oportunidad para revertir todo … entonces, la oportunidad para reparar, reconstruir, mejorar o continuar hundiéndose, siempre solo la tendrá quien decida el camino y el destino que quiere para sí.
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