La Ley Emilia nacida hace unos años tras la muerte de una
bebé a manos de un conductor ebrio, solamente es un aporte al sistema judicial
y sancionatorio, pero es un avance menor. El atropello con resultado de muerte infligido a dos mujeres por un conductor ebrio el pasado fin de semana, deja al descubierto el hecho de
que la LEY no es sino letras de buena crianza.
Cualquier persona viola la ley y en especial si aquella está
vinculada a materias de tránsito. La adicción al alcohol, a las drogas, y los elementos distractivos (celular y otros) que un conductor pueda tener, son factores
agregados a la actitud matonesca , intrépida, y prepotente que la mayoría (sí,
mayoría) de quienes gobiernan un vehículo manifiestan en las calles de la ciudad.
Al parecer sentarse tras un volante es la oportunidad para
agredir y violentar a todo aquel que se cruza en el camino, transformándose el
automóvil en un arma más que en un medio de transporte. El uso innecesario de
la bocina, los improperios verbales, los gestos obscenos, y otras amenazas,
convierten las calles en un campo de guerra, donde el más desatinado y el más
violento es el que supera a los demás.
En cuanto a las víctimas, la vida nadie la devuelve y en
miles de casos la movilidad física nadie la recupera. Sobre los victimarios y
los innumerables potenciales victimarios, ellos nunca dimensionarán el
resultado de sus actos, pues no está en sus códigos mentales, ni en sus escalas
valóricas, ni en sus neuronas, que un vehículo sólo cumple con la
particularidad de transportarle y ese vehículo solo es uno más entre millones a
los que se debe RESPETAR.
Consecuentemente el problema fundamental radica en el comportamiento, en la actitud, y en la educación preventiva que debe conocer y asumir cada conductor al subir a un automóvil. Finalmente y con mucho pesar, no cometa usted el error de calificar de ACCIDENTE un hecho similar al referido, pues aquel tiene otro nombre.
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