Hace mucho tiempo deseo reflexionar sobre el graffiti y sus expresiones en muros, vidrios, y en todo lo que soporte la expresión rebelde de algunos, manifestación que a su vez otros llaman “arte”, pero que sin duda la mayoría califica como deficiente utilización de los espacios públicos y privados.
Creo que hay grupos de personas en nuestra sociedad que al parecer les complace la irreverencia y ven en esta forma de expresión, su modo especial de hacer sentir al “sistema” su postura y actitud frente a las desigualdades. Comparto que las injusticias son frecuentes y las respuestas a las demandas por parte del sistema parecen débiles, pero eso qué tiene que ver con la actitud final y que conlleva un perjuicio?
Perjuicio cuando un dueño de casa pinta la fachada de su hogar para que a la mirada tenga una mejor presentación, considerando a su vez nadie le regaló la pintura y nadie le colaboró en la tarea. Perjuicio cuando alguien en ausencia de pintura, raya con una piedra el vidrio de la locomoción colectiva, siendo este un bien que presta un servicio público. Me pregunto porqué irritar al inmediato entorno si finalmente el objetivo de esa actitud rebelde no cumplirá su objetivo de llamar la atención de las autoridades o del “sistema”, sino molestar e incomodar a quien se vea perjudicado?. No obstante todo lo anterior, valoro y admito la belleza del arte del graffiti y también las manifestaciones pulcras algunas que sin calidad también se insertan en su medio. Son los excesos los que me preocupan.
Hace algún tiempo un par de chilenos fueron apresados en el Cuzco Perú por rayar una reliquia de la ciudad, monumento histórico que imagino enorgullece a los peruanos tanto así que existe legalidad sobre el particular. Bueno, nuestros compatriotas estuvieron pasándola muy mal producto de aquella situación, y sin duda hoy recuerdan este hecho como una muy mala experiencia. Este suceso más allá de marcar la vida de dos ciudadanos chilenos en el extranjero, fue un llamado simbólico a todos aquellos que poseen el criterio de rayar todo lo que se cruce en su camino, pero también fue una muestra de que solo en Chile al parecer se puede no respetar los espacios del otro. Conclusión: qué maravillosa se vería la ciudad sin rayados incomprensibles e ininteligibles, ... y si alguien tuviera ese don de rayar manifestando así el arte, cuán válido sería que rayara el Palacio de la Moneda, o el Museo de Bellas Artes, o el monumento a Pedro de Valdivia en la Plaza de Armas, o no sé ... todo a mi entender sería posible, fundamentalmente si existiera una previa empatía y el asumir el respeto por los demás.
Creo que hay grupos de personas en nuestra sociedad que al parecer les complace la irreverencia y ven en esta forma de expresión, su modo especial de hacer sentir al “sistema” su postura y actitud frente a las desigualdades. Comparto que las injusticias son frecuentes y las respuestas a las demandas por parte del sistema parecen débiles, pero eso qué tiene que ver con la actitud final y que conlleva un perjuicio?
Perjuicio cuando un dueño de casa pinta la fachada de su hogar para que a la mirada tenga una mejor presentación, considerando a su vez nadie le regaló la pintura y nadie le colaboró en la tarea. Perjuicio cuando alguien en ausencia de pintura, raya con una piedra el vidrio de la locomoción colectiva, siendo este un bien que presta un servicio público. Me pregunto porqué irritar al inmediato entorno si finalmente el objetivo de esa actitud rebelde no cumplirá su objetivo de llamar la atención de las autoridades o del “sistema”, sino molestar e incomodar a quien se vea perjudicado?. No obstante todo lo anterior, valoro y admito la belleza del arte del graffiti y también las manifestaciones pulcras algunas que sin calidad también se insertan en su medio. Son los excesos los que me preocupan.
Hace algún tiempo un par de chilenos fueron apresados en el Cuzco Perú por rayar una reliquia de la ciudad, monumento histórico que imagino enorgullece a los peruanos tanto así que existe legalidad sobre el particular. Bueno, nuestros compatriotas estuvieron pasándola muy mal producto de aquella situación, y sin duda hoy recuerdan este hecho como una muy mala experiencia. Este suceso más allá de marcar la vida de dos ciudadanos chilenos en el extranjero, fue un llamado simbólico a todos aquellos que poseen el criterio de rayar todo lo que se cruce en su camino, pero también fue una muestra de que solo en Chile al parecer se puede no respetar los espacios del otro. Conclusión: qué maravillosa se vería la ciudad sin rayados incomprensibles e ininteligibles, ... y si alguien tuviera ese don de rayar manifestando así el arte, cuán válido sería que rayara el Palacio de la Moneda, o el Museo de Bellas Artes, o el monumento a Pedro de Valdivia en la Plaza de Armas, o no sé ... todo a mi entender sería posible, fundamentalmente si existiera una previa empatía y el asumir el respeto por los demás.
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